Al igual que cada vez utilizamos más internet, somos más conscientes de los peligros que supone conectarse a redes inseguras. En este sentido, ha sido de gran ayuda el movimiento iniciado por los navegadores para usar conexiones seguras bajo HTTPS. Actualmente, además de ser necesario contar con un certificado SSL, ya sea Let’s Encrypt o de pago en todas las webs, el usuario desconfía de las páginas que sigan utilizando conexiones no seguras. Aun así, y pese al incremento del uso del protocolo HTTPS, nunca está de más utilizar una conexión privada, es decir, una VPN.
VPN es el acrónimo de Virtual Private Network, una red privada virtual que permite conectarse a internet de forma anónima. Si bien el uso de VPN está haciéndose cada vez más popular, no se trata de una forma de conexión nueva. Las conexiones remotas datan de la década de los 60, cuando la inteligencia militar de Estados Unidos creó ARPANET. Este tipo de conexiones se relacionan, erróneamente, con la parte más oscura de internet. Pero lo cierto es que su uso tiene más efectos positivos que negativos.
La principal diferencia entre una conexión con y sin VPN es con quién se conecta nuestro dispositivo cada vez que queremos acceder a internet. Así, al iniciar una conexión ‘normal’, el dispositivo que estemos utilizando establecerá una conexión con un router o módem; y este, a su vez, con el proveedor de internet que hayamos contratado que nos permitirá el acceso a internet. Para identificar los dispositivos que están conectados a una misma red, cada uno de ellos dispone de su propia IP local; una dirección compuesta por grupos de números que, en este caso, no serán visibles desde fuera.
En cambio, con una VPN, tu dispositivo no se conecta directamente a otro módem que le facilite la conexión a internet. En este tipo de conexión se establece un enlace con un servidor VPN y de allí al destino final. Conectándote a través de una VPN tu dirección IP no será la de tu router, sino la del servidor virtual al que estás conectado. En este sentido es como si te encontraras en el mismo lugar en el que se ubica el servidor VPN. Una ubicación que puede estar en cualquier parte del mundo.
El envío y recepción de datos de forma cifrada cuenta con las ventajas de una red local pero añadiendo flexibilidad. Con una VPN es posible conectarse a otros dispositivos sin importar la distancia entre ambos; es decir, una red LAN con un alcance geográfico total. La VPN se encarga de enrutarlo todo, por lo que da igual a qué tipo de aplicación accedas o el tipo de conexión que utilizas para ello.
Todas las peticiones que circulan por una VPN lo hacen a través de túneles de datos. Esta técnica permite utilizar un protocolo diferente para la transmisión de la información impidiendo al proveedor de internet saber desde dónde se está accediendo ni rastrear la IP.
Por su naturaleza, uno de los usos más habituales de una red VPN es el teletrabajo. Este tipo de conexión permite acceder a la información más sensible de la compañía desde un lugar totalmente seguro como si la petición no hubiera salido de la red local del edificio. También es de gran utilidad para evitar bloqueos geográficos; ya que con una VPN no se puede limitar el acceso a ninguna web por IP. Al utilizar la misma dirección IP que el servidor VPN al que se está conectado, es más fácil falsear la ubicación. Este uso suele ser habitual para acceder a sitios web o servicios que con una conexión ‘normal’ no podría hacerse.
Además, recurrir a una conexión mediante VPN supone siempre una capa extra de seguridad. De esta forma, acceder a tu banco online no supone ningún riesgo, incluso si lo haces a través de una WiFi pública. La falta de protección que tiene una red abierta se suple con el cifrado de punto a punto de la conexión VPN. Por lo que el riesgo de que alguien pudiera acceder a tu cuenta bancaria es casi nulo.
Aunque no lo parezca conectarse y desconectarse de un servidor VPN es mucho más fácil de lo que parece. Una vez se hayan configurado tanto el servidor VPN como el cliente que utilizarás para conectarte, solo hay que pulsar un botón para establecer o pausar la conexión.
Las conexiones que se producen mediante VPN tienen tiempos de latencia superiores a las conexiones ‘normales’. Esto se debe a que, para llegar al destino, la conexión habrá dado la vuelta al mundo. A lo que habrá que añadir el lugar en el que se encuentre el servidor virtual. Algo similar a lo que ocurre con los alojamientos web. En estos casos es recomendable contratar un hospedaje que se ubique en el mismo país en el que se orienta la web. Para, de esta forma, mejorar la velocidad de carga del sitio.
Asimismo, deberás tener en cuenta que es más que probable que la velocidad de subida y bajada estén limitadas; algo que no ocurre en una conexión ‘normal’. Como consecuencia, es posible que las páginas tarden un poco más en cargar. O que tengas que esperar para poder ver un vídeo, por ejemplo.
También debes tener en cuenta que el anonimato que la red VPN proporciona nunca es total. Tu proveedor de servicios de internet no podrá saber a qué sitios accedes ni información alguna relacionada con tus búsquedas; pero quien sí tendrá acceso a esta información es tu servidor de VPN, como pueda ser la VPN de Google.
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