Cuando ya habíamos empezado a familiarizarnos con el cloud computing, aparece un nuevo término informático-meteorológico en nuestras vidas: el fog computing. Aunque a decir verdad el término, y el concepto, llevan ya algún tiempo en nuestro día a día. Cosa bien diferente es que esté ganando protagonismo en los últimos tiempos.
En un primer momento podría parecer el nombre de una novela de terror, pero pensándolo bien el término acaba por cobrar mucho sentido. Más o menos lo mismo que pasó la primera vez que nos enfrentamos a aquello de la computación en la nube.
Así, si las nubes son un conjunto de minúsculas gotas de agua que se encuentran muy por encima de nuestras cabezas; la niebla serían esas mismas gotas flotando mucho más cerca del suelo. De la misma manera, la tecnología cloud puede parecer algo remoto e inalcanzable mientras que el fog computing está más cerca de nosotros. Podríamos decir que se trata de una extensión del cloud pero con una serie de características que le diferencian de un servicio superior y sin el que el fog computing no tiene sentido.
También llamado edge computing porque tiene lugar al borde de la red, la tecnología en la niebla se ocupa del procesamiento de los datos en el limbo que separa los dispositivos de la nube. Una especie de niebla tecnológica que se encarga de unir nuestros dispositivos inteligentes con el espacio en la nube en el que se almacenará esa información.
Con la aparición del internet de las cosas y con el constante crecimiento de dispositivos conectados, cada vez se generan más y más datos. Una información que deberá enviarse a la nube para ser almacenada, algo que aumenta el consumo de datos y el ancho de banda del dispositivo. Para evitar un excesivo consumo de recursos entra en juego el fog computing. Una tecnología que, simplificándolo al máximo, viene a ser el intermediario entre nuestros dispositivos y la nube.
Si cada vez que generamos datos tuvieran que enviarse directamente a la nube, los dispositivos funcionarían más lentos. Gracias al fog computing, la información se procesa en el propio dispositivo, se cifra y se envía a modo de resumen a nuestro espacio en la nube. Haciendo que los dispositivos tengan un rendimiento mayor y consuman solo los recursos necesarios, además de acercar el cloud de una forma más eficiente según las características del dispositivo.
Por ejemplo, si los equipos de domótica que equipan algunos hogares tuvieran que enviar constantemente los datos a la nube, el simple hecho de intentar apagar una luz llevaría unos cuantos segundos de más. En cambio, con el fog computing en lugar de enviarse directamente cada una de las peticiones, se envía un resumen de las mismas. Esto hace que prácticamente al enviar la orden, la luz que hemos seleccionado se apague; además de evitar que los procesos tengan que realizarse dos veces.
De alguna manera el fog computing propone una solución a los problemas relacionados con la implantación del internet de las cosas. Con esta tecnología se consigue reducir el tráfico entre los dispositivos inteligentes y el almacenamiento en la nube a la vez que se ahorra en costes. Al enviarse menos información y ya procesada, tanto el tamaño del archivo como el número de envíos es menor haciendo que se reduzca el consumo de datos; además de evitarse la formación de cuellos de botella.
Asimismo, consigue solventar uno de las principales inseguridades que la tecnología cloud despierta en los usuarios: el control sobre los datos. Así, el fog computing otorga al usuario un control más visible sobre la información que el mismo genera. Puesto que todos los datos se originan en los dispositivos y se procesan de forma local, el usuario percibe un mayor control sobre sus datos; aunque en la nube también obtenga el dominio total, por la intangibilidad de la tecnología parece algo más lejano e incierto.
Pero sin duda el punto más fuerte del fog computing respecto al cloud es la posibilidad de funcionamiento offline. Mientras que la tecnología en la nube requiere de una conexión entre dispositivos y el almacenamiento para funcionar, el fog computing es capaz de seguir almacenando información incluso si no ha sido posible establecer una conexión. Cuando vuelva a producirse la conexión, el dispositivo enviará los datos ya tratados al espacio en la nube.
Procesar los datos al borde de la red, aunque se esté en interacción con el cloud, también tiene su lado malo. Por ejemplo, es mucho más sencillo manipular o alterar un dispositivo para acceder a sus datos que hacerlo en un Centro de Datos en la nube. Del mismo modo durante el envío de los datos del dispositivo a al almacenamiento cloud hay más probabilidades de que se produzcan ataques de intermediario; es decir, cuando alguien no autorizado intenta acceder a la información durante la transmisión.
También hay que considerar que el fog computing al depender de un dispositivo físico no está redundado. Lo que quiere decir que en caso de que el dispositivo principal sufra cualquier daño, la información podría perderse. O al menos sí lo haría la conexión con el almacenamiento cloud, hasta que el dispositivo emisor pueda ser restaurado. Algo que va directamente relacionado con una mayor necesidad de mantenimiento como consecuencia de la descentralización de los datos; es decir, al no encontrarse todo almacenado en la nube.
En relación con el procesamiento de los datos, como únicamente se envía a la nube un resumen de la información, se reduce la visibilidad de lo que realmente sucede. Así, en el caso de que necesitáramos acceder a los datos en bruto, no sería posible más que obtener un resumen de ello.
Aunque algunos caigan en el error de considerar el fog computing como una tecnología alternativa al cloud, el primero nunca podrá ser sin el segundo. Es decir, el fog computing tiene como objetivo maximizar los beneficios de la tecnología en la nube y acercársela al usuario.
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