Nacido con un claro propósito militar que permitiera asegurar las comunicaciones entre instituciones ubicadas en diferentes puntos geográficos, la rápida y continua evolución de internet a lo largo de su (corta) historia ha hecho que internet se convierta en lo que actualmente conocemos. Para ello, fue de vital importancia la integración del contenido presente en internet a través de enlaces o hipervínculos. Aunque pueda parecer lejano, no fue hasta 1998 cuando una nueva empresa decidió analizar y organizar los enlaces para hacer accesible al usuario el contenido que se encontraba en internet. Aquella nueva empresa que tuvo la idea de crear un ejército de crawlers fue Google.
Un crawler, rastreador, indexador, araña… es un pequeño programa informático que analiza las páginas web de forma automática. Su principal objetivo es seguir cada uno de los enlaces que se encuentra en cada sitio web; posteriormente, almacenará en sus bases de datos una copia de todo lo que encuentra. De esta forma, se crea una red de interconexiones que une los millones de páginas web que se encuentran en internet y todo el contenido de cada una de ellas.
Además de la creación de índices de búsqueda a partir de toda la información contenida en sus bases de datos, los crawlers también permiten encontrar enlaces rotos o crear catálogos. Así, toda la información recopilada en cada una de las visitas de los crawlers sirve, entre otras cosas, para crear los resultados de búsqueda que los navegadores muestran basándose en el contenido indexado. En este caso, lo que Google muestra al realizar una determinada búsqueda utilizando su navegador.
El funcionamiento de los crawlers se corresponde con unas determinadas políticas de comportamiento. Unas normas que, por regla general, siguen todos los rastreadores de este tipo:
Al publicar una nueva web, es necesario hacerle saber a Google que hay una nueva página y que no está indexada; si la web contiene muchas páginas, es recomendable enviar el sitemaps. Google, al recibir, la noticia envía a uno de sus crawlers a visitar esta nueva página web.
Pero Google no es el único crawler que existe; también podemos cruzarnos con los bots de SEMrush, Ahrefs, Majestic SEO, Screaming Frog, Sistrix… La principal diferencia es que los rastreadores de Google suelen acudir solos a visitar las webs; mientas que el resto acostumbran a ir de la mano de otros crawlers. Es decir, si el bot de SEMrush entra a rastrear tu web, lo hará junto a todos los demás.
Aunque estas herramientas puedan ser de gran ayuda para mejorar el SEO de una web, también pueden dejar inoperativo el servidor. Al entrar varios crawlers a la vez en una misma URL el servidor se satura, haciendo que se quede sin recursos o que funcione más lento de lo habitual. Con tantos crawlers se produce un número de peticiones que el servidor no puede responder, algo similar a lo que ocurre durante un ataque DDoS. Para evitar que los crawlers puedan afectar al funcionamiento de tu servidor, es recomendable bloquear algunos. En ningún caso bloquees el rastreador de Google, ya que podrías acabar desindexando toda tu web.
En el caso de que por cualquier motivo no sea posible bloquear ninguno de esos crawlers, tendrás que aumentar los recursos del servidor. De esta forma se evitará que el servidor acabe perjudicado por las peticiones de tantos rastreadores a la vez.
La creación de los crawlers mejoró el funcionamiento y la accesibilidad en internet que no en el ciberespacio, pero como en todo, los excesos no son nada buenos.
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